Posiblemente, sea la esperanza la más paradójica y escondida de todas las virtudes. La existencia cristiana es un fruto de la esperanza: expectación, éxodo, adentrarse en el misterio. Las almas sencillas y sobre todo aquellas a las que el misterio de la Cruz de Cristo, en la realidad del sufrimiento, se les ha manifestado, son las que más pueden dar testimonio de esperanza.
De las crisis profundas, suele salir la luz que inunda el alma de esperanza,
pues entonces es cuando se gana en interioridad y firmeza.
¿Cómo se puede sobreponer la persona sufriente a su propia necesidad? veamos lo que nos dice TEILHARD DE CHARDIN en una introducción, que antepuso al libro de los apuntes de su hermana gravemente enferma. Dice así: "Margarita, hermana mía, mientras yo, entregado a las fuerzas positivas del universo, atravesé los continentes y los mares y estaba apasionadamente ocupado en ver todos los colores y bellezas de la tierra, tu estabas tendida e inmóvil en el lecho en lo más íntimo de tu ser cambiaste en luz a las peores tinieblas del mundo".
El Cristiano tiene la misión de hacer que penetren en el mundo la luz y la alegría. Es vocación de cada Cristiano. Si esto lo llevásemos a cabo en nuestro mundo, se volvería más claro y limpio.
Nuestra salvación está en los que sufren cristianamente. La impotencia de la cruz atrae hacia sí el poder de Dios.
Aquel que no entiende el amor, al hermano, ha malogrado la esencia del cristianismo. La simpatía por el prójimo "realmente" puede ser amor de Cristo, brota del alma del alma cristiana. Entonces caen las barreras ideológicas que los hombres contraponemos unos contra otros.
El prójimo ateo, sin Dios, es una caricatura que nos hemos formado los Cristianos. Como han visto eminentes pensadores, tales hombres, no hacen si no una purificación de su imagen de Dios, al modo de los místicos. A su modo también viven y participan de la esperanza que a todos nos guía. La Santidad de la que aquí venimos hablando va dirigida al mundo, a través de una decisión personal de fe, que puede ser única y carismática.
-Ángel Marín Fernández-
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